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Lloro de rabia

Actualizado: 3 sept 2018



Muchas veces me ha tocado escuchar, en la televisión, a mis amigos y, obviamente, también a mis pacientes, la expresión “no, si estoy llorando de rabia, no de pena”. Seguramente, a ti también te ha tocado escucharla, o más aun, eres una de las personas que, cuando siente (o cree sentir) mucha rabia, tiende a experimentar un profundo deseo de llorar, al punto que muchas veces corren las lágrimas por tus mejillas.


¿Es extraño no? La rabia es una emoción intensamente fuerte, poderosa, activa, tensa. Mientras que la tristeza es una emoción pasiva, suelta. Entonces, ¿cómo se puede estar en ambas a la vez? En nuestra sociedad es muy común esta mezcla de emociones (sobre todo en el género femenino), ya que simplemente nos han convencido, a través de los medios, de nuestra crianza, de la lucha por la tan necesaria, pero manoseada, igualdad de género o porque va en contra de la personalidad de macho alfa, de que llorar es debilidad y de que nuestros argumentos pierden valor cuando van acompañados de sollozos o tristeza.


Te propongo un ejercicio. Imagina una persona experimentando un profundo enojo. Incluso sintiendo un fuerte deseo de agredir, en que la sangre se va a sus extremidades, el entrecejo se frunce con fuerza, su mirada se vuelve penetrante y aguda, en que los músculos de aprietan y donde la respiración se agita con intensidad y rapidez, acelerando el ritmo cardiaco. ¿Lograste imaginarlo? ¿Puedes imaginar que esa persona, este sintiendo al mismo tiempo algo de pena en su corazón? Hagamos el ejercicio inverso. Imagina una persona experimentando una tristeza profunda, genuina. Sin deseos de disfraz su dolor. Con su mirada baja y perdida, con el peso de su sufrimiento sobre sus hombros. Con los brazos caídos y su espalda curva, casi como si su cuerpo tendiera a la posición fetal. Con una respiración entre cortada al inhalar y profunda al exhalar, como si se quedara sin aire. Con la comisura de sus labios apuntando hacia el suelo y el cuerpo profundamente relajado. Ahora, ¿puedes imaginar a esta persona con siquiera la posibilidad de defenderse o agredir a alguien?


Luego de hacer este ejercicio pareciera difícil concebir que se pueda estar en ambas emociones al mismo tiempo, pero es posible y también más común de lo que creemos. Cuando lloramos de rabia, lo que nos está pasando es que estamos experimentando una mixtura emocional. Es decir estamos combinando dos emociones básicas, como lo son la rabia y la tristeza, en una expresión unificada. Pero vale preguntarse entonces, ¿cómo es posible que una emoción activa y poderosa como la rabia esté acompañada de llanto, que es propia de un estado de soltura y liberación como la tristeza?


Lo que ocurre pueden ser dos cosas: Una, y la más fácil pero menos común, es que hay algo del hecho de tener rabia que me entristece. Es decir, que por alguna razón, ya sea circunstancial o de mi historia de vida, la rabia gatilla como emoción secundaria un estado de tristeza al verme a mí mismo involucrado en una situación de alta carga emocional asociada al enojo. Dos, y más común aunque más complejo, lloro porque las circunstancias han gatillado en mí una respuesta primaria de tristeza, un dolor profundo, una pena muy grande, pero que no me permito sentir (por aprendizaje, por adaptación – o desadaptación diría yo- como mecanismo defensivo o respuesta adaptativa al entorno, etc.) y que inconscientemente he aprendido a transformar (camuflar) en rabia, para no “perder mi argumento”, no “mostrar debilidad”, “ser la típica mina llorona” o cumplir con el imperativo de que “los hombres no lloran”. Porque estar triste es mal visto, sobre todo en contextos sociales, como si fuera una emoción que sólo es permitida en privado, mientras que a quien sube el tono, habla firme y categórico e incluso golpea la mesa, se le respeta como alguien claro, decidido y capaz.


Entonces, los invito, a que la próxima vez que lloren de rabia o vean a alguien “llorar de rabia”, se pregunten ¿qué de esta situación me entristece? E intenten, porque sé que es difícil, expresar sus penas como tales, explicando sus argumentos de manera que el otro entienda qué es lo que los hace sentir tristes de lo sucedido, para que así puedan experimentar la pureza liberadora de la tristeza y descubran que más que llorar de rabia se enojan de pena. Y esa rabia que experimentamos es más bien la emoción secundaria, consecuente de sentir una emoción que nos vulnerabiliza y hace sentir débiles e indefensos, llevándonos a la necesidad de ocultarla y disfrazarla, incluso de nosotros mismos, generando un profundo malestar siquiera por experimentarla, sintiendo una real rabia, pero hacia nosotros mismos, por sentir tristeza cuando no queríamos o donde se nos ha enseñado que no debíamos.


Llore de pena. Enójense de rabia. Acepte su tristeza y, aunque suene a trabalenguas, no se enoje de sentir pena cuando cree tener pena de sentir rabia.


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